Si hay una causa que haya logrado unir credos y creencias en una oración única, esta es la de "los 33", que anoche han comenzado su ascenso a la luz, luego de 69 días en las entrañas de la tierra chilena. Y la oración unánime no sólo se ha pronunciado en la vigilia que se ha montado en los alrededores de la mina San José, sino que ha circulado también por internet, en portales de reiki y de meditación trascendental, en sitios de las distintas corrientes cristianas y de la Iglesia Católica y en páginas dedicadas a la cábala y a cuanta manifestación de espiritualidad busque expresarse en el mundo. La oración estuvo, también, en el refugio de la mina, donde los 33 mineros encendieron anoche otras tantas velas. Así empezaron a las 21.15 a despedirse de su cautiverio.

Desde el derrumbe de la mina, el 5 de agosto, los chilenos ratificaron su profunda fe religiosa; y la Iglesia Católica mantuvo todo este tiempo una presencia permanente en el lugar, liderada por el obispo de Copiapó, Gaspar Quintana.

Sin embargo, ese escenario también ha servido para mostrar los otros rostros que exhibe la religiosidad en esta América latina del siglo XXI. El rostro del indigenismo llegó con los rasgos de la familia de Carlos Mamaní Solís, boliviano y único extranjero entre los 33 mineros atrapados en el yacimiento. A ellos, una hoja de coca les preanunció que el milagro iba a suceder.

"Llamé por teléfono a mi primo (en Bolivia) y le pedí que leyera las hojas de coca. Lo hizo y me dijo: están vivos los 33 y van a salir vivos. Las hojas de coca saben", aseguró Johnny Quispe, suegro de Carlos.

Y el rostro de las nuevas evangelizaciones se manifestó en los pastores adventistas y evangélicos. Anoche, como desde hace 69 días, el pastor adventista Carlos Parra Díaz, de Copiapó, lideraba las oraciones por los 33 mineros atrapados. Así como a los mineros les habían llegado rosarios bendecidos por el Papa Benedicto XVI, Díaz se les había ingeniado para hacerles llegar Biblias en miniatura, dijo el diario inglés The Guardian. Según el mismo medio, un poco más arriba en el improvisado asentamiento, un predicador evangélico, Javier Soto, predicaba la palabra de Dios y cantaba canciones de alabanza, guitarra en mano. Al margen de las competencias, cuando la Fénix II comenzó anoche el rescate, se supo que los milagros existen, sin distinción de credos.